23 mayo 2008

Donde todo el mundo conoce tu nombre


Puede que 45 min, 20 km, separen a veces la apatía de la ilusión. Puede que la A2 encarne "la felicidad" (soy consciente de que exagero, todo se magnifica en la distancia) y la A6 el tedio (exageración otra vez). Pero objetiva o subjetivamente, momentanea o perennemente, el panorama sentimental y psicológico ha dado un pequeño vuelco en cuanto ha pasado una hora dentro de la Casa Madre. A pesar de la tristeza inicial de pisar un parking cualquiera, de un lugar cualquiera, de un trabajo cualquiera, que, sin embargo, me reportó en sus días una experiencia nada cualquiera y, por tanto, era peligroso recordar; las caras, anecdotas, sonrisas y saludos de tantos me han devuelto la ilusión. Eso y algunas otras cosas que no procede comentar. No en vano, sonaba de fondo la manida "Color Esperanza". Seis horas que han cundido mucho y que, por lo menos, me permiten soñar un poco esta noche. Una de cal y una de arena, porque la vida (la vida, Dios, el destino, o como lo llaméis) ofrece en cada minuto lo que necesitas. Y no está mal pasarse de soñar -aunque las ilusiones terminen en agua de borraja (por Dios, creo que nunca había escrito esta horrible expresión), como tampco lo está de sufrir. En este momento sólo yo entiendo todo lo que podría desprenderse de esta entrada, ya lo siento.

A veces quieres ir allá donde todos conocen tu nombre y siempre se alegran de que vayas. Quieres estar donde puedes ver que nuestros problemas son para todos los mismos. Quieres estar donde todos conocen tu nombre. Dice la traducción rápida y a primera vista de ese gran tema de Gary Portnoy y Judy Hart Angelo que introducía la entrañable serie "Cheers" que mis hermanos seguían con gran interés. Pues ese sitio, el de Miren, me ha devuelto la sonrisa del corazón por unas cuantas horas.

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